sábado, 14 de diciembre de 2024

Schubert: Prometheus (Goethe), D.674 (con subtítulos). Konstantin Krimmel, Ammiel Bushakevitz


Traducción de Luis Alberto de Cuenca. Este impresionante poema estaba destinado a formar parte de un drama que Goethe inició en 1773 y que posteriormente abandonó. En 1819 Schubert, con tan sólo 22 años, se atreve a ponerle música utilizando unos recursos formales totalmente innovadores. Arturo Reverter lo describe como “una auténtica revolución en el género”, y comenta su “total libertad tonal en una pieza que explora los límites del Lied y los sobrepasa”. Por su parte Dietrich Fischer-Dieskau afirma que “Prometeo señala hacia el futuro y tuvo el efecto de abrir brecha estilísticamente… sólo Wagner con su Tristán superó tanto atrevimiento”. Rebelde, desafiante, heroico, orgulloso, altivo… son los adjetivos con que suele describirse este monólogo de Prometeo frente a Zeus. Está claro que para un texto de estas características no habría sido adecuada una línea vocal melodiosa y lírica, sino una especie de declamación libre que buscara ante todo resaltar la imponente fuerza dramática de los versos. Schubert renuncia a su prodigiosa vena melódica para servir a la grandeza del poema con los medios más audaces, aún a costa de la probable incomprensión de sus contemporáneos. Que, sin embargo, no llegaron a conocer el Lied, porque nunca se interpretó ni se publicó en vida del compositor, lo que no sorprende teniendo en cuenta las connotaciones antirreligiosas del texto y las radicales innovaciones formales de la música. El titán Prometeo posee una gran riqueza simbólica: es a la vez un dios filántropo que crea, educa y protege a los hombres, y un rebelde que en esa tarea benefactora desafía los designios de Zeus, por lo que es encadenado a un roca del Cáucaso mientras un águila le devora el hígado. Su actitud decidida a favor de los hombres y la dignidad con que soporta su castigo lo hacen una de las figuras más atractivas de la mitología griega, que ha sido representada en multitud de obras literarias y artísticas. Agradecemos a Luis Alberto de Cuenca la generosa cesión de su excelente traducción, que reproducimos aquí: PROMETEO Cubre tu cielo, Zeus, con un velo de nubes, y, semejante al joven que descabeza abrojos, huélgate con los robles y las alturas. Déjame a mí esta tierra, la cabaña que tú no has construido y el calor del hogar que tanto envidias. Nada conozco bajo el sol tan pobre como vosotros, dioses. Nutrís, mezquinos, vuestra majestad con las ofrendas de los sacrificios y con el vaho de las preces. En la indigencia viviríais de no existir los niños y esos necios mendigos que no pierden la esperanza. Cuando era niño y nada sabía, levantaba mis ojos extraviados al sol, como si arriba hubiese oídos para escuchar mis quejas, y un corazón, afín al mío, que sintiera piedad de quien le implora. ¿Quién me ayudó en mi pugna contra los insolentes Titanes? ¿Quién de la muerte me salvó, y de la esclavitud? ¿No fuiste tú, tú solo, sagrado y fervoroso corazón, quien todo lo cumpliste? Y, sin embargo, ardiendo en tu bondad y juventud, iluso, agradecías tu salud a aquel que, allá arriba, dormita... ¿Honrarte yo? ¿Por qué? ¿Aliviaste tú alguna vez los dolores del afligido? ¿Enjugaste las lágrimas del angustiado? ¿No me han forjado a mí como hombre el tiempo omnipotente y la eterna fortuna, que son mis dueños y también los tuyos? ¿Acaso imaginaste que iba yo a aborrecer mi vida y a retirarme al yermo porque no todos mis floridos ensueños dieran fruto? Aquí estoy, dando forma a una raza según mi propia imagen, a unos hombres que, iguales a mí, sufran y se alegren, conozcan los placeres y el llanto, y, sobre todo, a ti no se sometan, como yo.


 

viernes, 13 de diciembre de 2024

Schubert: Lied 'Auf dem Wasser zu singen', D774 (subtitulado). Barbara Bonney, Geoffrey Parsons



Traducción de Susana Weber Barón. Esta “Canción para cantar sobre el agua”, compuesta en 1823, es uno de los Lieder más bellos de Schubert, una comparación serena, sin sombra de melancolía, entre el leve oleaje en el que se mece una barca (primera estrofa), los colores del atardecer sobre los árboles (2ª estrofa) y la irreparable fugacidad del tiempo (estrofa final), expresada maravillosamente por una música que discurre con la misma fluidez y transparencia que el agua descrita en los versos. El poema es de Friedrich Leopold Stolberg, y se había publicado 40 años antes, en 1783. La voz cristalina de la soprano norteamericana Barbara Bonney le aporta a la interpretación la pureza y frescura idóneas, y está acompañada por uno de los pianistas más prestigiosos en el campo de la música de cámara, Geoffrey Parsons, nacido en Australia y afincado en Inglaterra desde los años 50 del pasado siglo. La grabación, de 1994, se realizó unos meses antes del fallecimiento de Parsons. Agradezco a Susana Weber Barón que me haya cedido generosamente su traducción y me haya aclarado varios aspectos importantes del texto.

Gabriel Fauré / Paul Verlaine: En sourdine (subtitulada). Cyrille Dubois, Tristan Raës


De los muchos frutos sobresalientes surgidos de la admiración de Fauré por la poesía de Verlaine (“Clair de lune”, “Mandoline”, “Green” y un largo etcétera) quizás sea “En sourdine” el más logrado, por la especial dificultad de trasladar a los pentagramas la atmósfera de sensualidad indolente y vaporosa que tan sutilmente sabía sugerir el poeta.
Transcribimos aquí el poema original y una traducción: En sourdine (Paul Verlaine) Calmes dans le demi-jour Que les branches hautes font, Pénétrons bien notre amour De ce silence profond. Fondons nos âmes, nos cœurs Et nos sens extasiés, Parmi les vagues langueurs Des pins et des arbousiers. Ferme tes yeux à demi, Croise tes bras sur ton sein, Et de ton cœur dormi Chasse à jamais tout dessein. Laissons-nous persuader Au souffle berceur et doux, Qui vient à tes pieds rider Les ondes de gazon roux. Et quand, solennel, le soir Des chênes noirs tombera, Voix de notre désespoir, Le rossignol chantera. En sordina Tranquilos en la penumbra que las altas ramas forman penetremos nuestro amor de este silencio profundo, fundiendo en las languideces de los pinos y madroños nuestras almas, corazones y sentidos extasiados. Entorna los ojos, cruza los brazos sobre tu seno y extirpa de tu aplacado corazón todo deseo. Dejemos que nos seduzca el dulce arrullo del aire que a tus pies viene a rizar las ondas del césped rojo. Y cuando el solemne ocaso caiga de los negros robles, voz de nuestro desaliento, el ruiseñor cantará. Traducción de Carmen Torreblanca y José Armenta