Esta formidable escenificación del delirio de los celos pertenece al Acto II del drama musical de Haendel “Hércules”, estrenado en Londres en 1745 en forma de oratorio. El libreto de Thomas Broughton está basado libremente en la tragedia de Sófocles “Las Traquinias” y, en menor medida, en el libro IX de la “Metamorfosis” de Ovidio.
La protagonista, Deyanira, sospecha que su esposo Hércules (Heracles en la tragedia original) la engaña con Yole, una joven princesa extranjera que el héroe ha traído prisionera de su más reciente expedición bélica, lo que la hace caer en un trastorno cada vez más exasperado de resentimiento y hostilidad. En vano intenta disuadirla el heraldo Licas, con el que la vemos disputar al comienzo de la escena (encarnado por una contralto). El coro, en una impresionante intervención que nos sitúa en un marco genuinamente trágico, describe con palabras rotundas el desvarío funesto que la está corroyendo. Su joven hijo Hilo, enamorado de la muchacha cautiva, asiste impotente al drama.
Las cosas acabarán tomando un curso aciago en el Acto III, de acuerdo con la tradición del mito: en su afán por recuperar el interés de su marido, Deyanira recuerda que el centauro Neso, en el momento de su muerte, le había aconsejado que guardara parte de la sangre que él estaba derramando porque tenía el poder de despertar la pasión amorosa perdida. En realidad el centauro estaba urdiendo antes de morir una forma de vengarse: momentos antes había intentado abusar de Deyanira y Hércules le había disparado desde lejos una de sus flechas envenenadas con la sangre de la hidra de Lerna, alcanzándolo en el pecho y provocándole una espantosa agonía. El consejo que Deyanira recibe ingenuamente era una forma de pagarle a Hércules con la misma moneda, pero a largo plazo. Y, en efecto, Deyanira impregnará una túnica con la sangre de Neso que ella había guardado y se la hará llegar a Hércules como obsequio de reconciliación, con el desenlace esperado por el calculador centauro.
A esa música ominosa se contrapone el estilo liviano y volátil de las frases centrales (minuto 3'50): en este caso no se trata sólo de la obligada función de contraste que tiene la sección intermedia en la estructura “Da Capo” (A-B-A), sino que el compositor está expresando musicalmente la levedad e inconsistencia de las pruebas en las que los celos fundamentan su razón de ser: “Trifles, light as floating air”. Esta obra, en su condición de oratorio profano, estaba pensada para una interpretación de concierto, por lo que en el libreto se indica que Deyanira y Licas salen al terminar su parte, ausentándose de la continuación orquestal y coral. Pero estamos en una representación operística y el director escénico, Luc Bondy, ha tenido la inteligente idea de mantener a la protagonista sobre las tablas todo el tiempo, haciendo que el dedo acusador del coro y la atención de los espectadores recaigan sobre ella. Con un resultado extraordinario: Joyce Didonato, sin cantar una sola nota (tan sólo la oímos en el breve recitativo inicial) sostiene la tensión dramática de la escena con una magnífica actuación en la que demuestra que es tan buena actriz como cantante. Su expresión facial y sus movimientos parecen el equivalente visual idóneo de esta desazonante página de Haendel.