sábado, 23 de septiembre de 2023

Gluck: Orfeo y Eurídice, "Quel nouveau ciel!" (con subtítulos). Magdalena Kozena, J. E. Gardiner.


Magdalena Kozena, Orfeo. Orquesta Revolucionaria y Romántica, Coro Monteverdi, John Eliot Gardiner. Versión francesa de 1774, adaptación del libreto original de Calzabigi por Pierre-Louis Moline.


Orfeo calma a las fieras con su canto. Frans Snyder.

ORFEO EN LOS CAMPOS ELÍSEOS (ACTO II, ESCENA III).
Recordemos que en el Acto I de esta ópera Orfeo se había dirigido al Hades para tratar de rescatar de la muerte a su amada Eurídice. En este 2º Acto consigue aplacar con su canto a las criaturas del Averno y las convence de que le permitan adentrarse en las moradas del reino de los muertos, al que ningún mortal tiene acceso en vida. Lo vemos atravesar, horrorizado, el Tártaro, que es el territorio de los condenados, y llegar finalmente a los Campos Elíseos, un lugar paradisiaco que acoge a los elegidos de los dioses por su comportamiento especialmente heroico o piadoso. Orfeo queda extasiado ante la paz y la celestial belleza del lugar, pero sigue anhelando con impaciencia el encuentro con su querida esposa.

Orfeo toca rodeado de animales. Su instrumento no es una lira, sino una
"viola da braccio" de la época del pintor, Benedetto Gennari (S. XVI)

Aquí apreciamos la habilidad de Gluck para pintar con los timbres y acentos de la orquesta el contexto en el que se desarrolla la acción. Después de habernos sobrecogido en la escena anterior, conocida como “la danza de las Furias”, con una obsesiva puntuación rítmica y con la oscuridad de los trompas y fagotes que ilustran la tenebrosa travesía del Tártaro (puede verse en este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=-QS8WmznMt4&t=1028s , minuto 41’58) ahora nos deleita con una línea melódica ondulante y suave, confiada a los oboes y las flautas, que nos transporta al entorno paradisíaco en el que se encuentra Orfeo. La delicada belleza de la escena está realzada por la magnífica interpretación de Magdalena Kozena y de la orquesta dirigida por Gardiner, y también por la refinada puesta en escena de Bob Wilson, uno de los poquísimos directores de escena modernos con talento para sugerir en sus montajes el misterio y la seductora fascinación de los mitos clásicos.

Orfeo toca ante Hades, rey del inframundo, y su cortejo. Louis Jacquesson de la Chevreuse.

Lo que viene a continuación es sabido: Los dioses le conceden a Orfeo el excepcional privilegio de recuperar a Eurídice bajo la condición de que no la mire hasta salir del mundo de ultratumba (lo que bien puede entenderse como la prohibición de ver y conocer ese mundo vedado a los vivos), pero él quebranta el compromiso y, al volver el rostro hacia su amada, la pierde para siempre. Hasta aquí lo que cuenta el mito: pero las óperas de esta época solían atenerse a la convención del “lieto fine” o final feliz, por lo que los libretistas se sacaban de la manga alguna fórmula para que la cosa acabara bien. Así que, tras llorar la nueva pérdida en el aria más famosa de esta ópera, “Che farò senza Euridice” (que en la versión francesa se titula “J’ai perdu mon Eurydice”), el dios del Amor decide premiar la perseverante fidelidad del afligido esposo devolviéndole a su mujer.

Orfeo guiando a Eurídice hacia la salvación. Camille Corot.

A diferencia de las otras grandes figuras mitológicas, Orfeo no lleva a cabo sus hazañas mediante la fuerza de su brazo o de su espada (como Aquiles, Jasón, Teseo, Hércules…) o con las artimañas de su fina astucia (como Ulises), sino con el hechizo de su canto. Ese especial dominio de las artes musicales, que le otorga un poder extraordinario sobre todos los órdenes de la naturaleza (las fieras, las tempestades, las rocas), e incluso sobre el reino de lo sobrenatural (las sirenas), hace que sea un personaje omnipresente en la historia de la Ópera desde sus inicios. Pero es sobre todo su descenso al Hades el episodio que le confiere una mayor dimensión simbólica, la de encarnar el poder de conmover a los mismos dioses y abrir las puertas del más allá. A través de la voz y la cítara de Orfeo, la Música se convierte en la llave que comunica nuestro mundo con ese otro ámbito que sólo nos es dado intuir, con el territorio de lo insondable.


Subtítulos traducidos por Carmen Torreblanca y José Armenta.